MAC/20: Minas y Comunidades

De Emporio Minero A Pueblo Fantasma

Published by MAC on 2006-02-26
Source: http://www.elheraldo.hn

De emporio minero a pueblo fantasma

http://www.elheraldo.hn/nota.php?nid=46583&sec=2&fecha=2006-02-26

26 Feb 2006

Por Glenda Perdomo

Tegucigalpa. El ruido de las locomotoras y el constante ir y venir de personas extranjeras parecía indicar que el progreso y la civilización habían llegado. Los humildes lugareños no salían de su asombro cuando por primera vez pudieron palpar el famoso "billete verde", que les era ofrecido como paga por picar piedra.

En menos de un mes, la vida de San Juancito había cambiado radicalmente: de un pueblito perdido entre las montañas de Honduras había pasado a convertirse en una zona en la que el mundo había puesto sus ojos, esto debido a sus ricos yacimientos de oro y plata.

Aunque la zona era visitada asiduamente por buscadores de fortuna, fue hasta el año de 1880 cuando se le otorgó el permiso de explotación a The New York and Honduras Rosario Mining Company, la empresa que descubrió y explotó la mina de plata más rica de Centroamérica.

La "época de oro" había llegado a la comunidad y la "fiebre de la plata" atraía a cientos de personas nacionales y extranjeras que llegaban en busca de un trabajo que los sacara de la pobreza.

La "fiebre" también atrajo a empresarios de diversas partes del mundo, al grado que San Juancito fue sede de operaciones de la primera estación hidroeléctrica en Centro América, así como de la primera embotelladora de refrescos gaseosos del área centroamericana y de la primera embajada de Estados Unidos en Honduras.

LA "FIEBRE DEL ORO"

La actividad económica se había vuelto muy grande, al grado que, según algunos historiadores, San Juancito jugó un papel preponderante en la decisión que tomó el entonces presidente de Honduras, Marco Aurelio Soto, de trasladar la capital de la república de Comayagua a Tegucigalpa.

Para comienzos del siglo XX, la compañía minera ya empleaba a miles de trabajadores, había producido oro y plata valorados en más de seis millones de dólares y estaba considerada en el ranking de las mejores diez minas del mundo.

Sin embargo, detrás del atractivo que representaba el oro y la plata se escondía una destrucción severa que repercutía terriblemente en el entorno natural; bosques enteros fueron sacrificados para satisfacer la enorme y creciente necesidad de leña y madera para soportes estructurales subterráneos.

Gran parte de lo que hoy es el parque nacional La Tigra fue destruido para construir casas y edificios, así como para abrir largas brechas por donde transportaban vagones y carretas que contenían minerales.

Finalmente, setenta y cuatro años después de haber llegado, orgullosos y convencidos de que el escaso mineral que quedaba ya no justificaba su presencia, la compañía minera abandonó las montañas de San Juancito.

EN EL OLVIDO

Con la partida de la Rosario Mining Company, el lugar perdió también su atractivo, la población y la oferta de empleo disminuyeron casi en su totalidad, convirtiendo a la localidad de San Juancito en un pueblo fantasma.

Familias enteras tuvieron que emigrar por la necesidad de sobrevivir y la soledad del lugar se combinaba con la enorme destrucción ambiental que la compañía minera había dejado.

Protegida legalmente desde 1952, la zona comenzó un largo proceso de recuperación y en 1980, por primera en la historia del país, fue declarada parque nacional La Tigra.

Actualmente, San Juancito, aunque es una localidad muy visitada por turistas, luce desabitado y mucha de su infraestructura fue arrastrada por el huracán Mitch que azotó el país en 1998.

Sus escasos habitantes optaron por dedicarse a la agricultura y la única diversión es asistir al campo de fútbol y, a veces, "mover el esqueleto", cuando el patronato organiza alguna fiesta bailable.

"Hemos quedado olvidados hasta por las autoridades, hace muchos años que ni siquiera el alcalde nos visita, yo creo que ya no aparecemos ni en el mapa; aquí para sobrevivir la gente tiene que emigrar porque no hay ni una tan sola fuente de empleo", manifiesta con amargura don José Gustavo Zepeda (65).

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