MAC: Mines and Communities

Terreno Peligroso Al Infinito

Published by MAC on 2001-05-23
Source: NOSTROMO RESEARCH


TERRENO PELIGROSO AL INFINITO

EDICIÓN ESPECIAL SOBRE URANIO de NOSTROMO RESEARCH

15 de agosto de 2005

Traducción: Pablo Johanis

El 15 de agosto de 1945 el Imperio japonés se rindió a las fuerzas militares estadounidenses, un acto indudablemente desencadenado por la calculada aniquilación de Hiroshima y Nagasaki por parte de los Estados Unidos la semana anterior. Ahora, sesenta años después, numerosos jefes de gobierno, grupos pacifistas e informadores se han unido para deplorar la proliferación que continúa, especialmente en Irán, pero también en la India, Paquistán, Corea del Sur e Israel.

El aniversario brindó una nueva oportunidad para que los estados que adquirieron la capacidad de eliminar a millones de personas en las décadas del cincuenta y del sesenta tomen distancia de los que han seguido su camino a partir de entonces.

Las verdades más evidentes con frecuencia se ocultan tras la retórica simplista y a veces hipócrita. En primer lugar, todas las armas nucleares dependen de la disponibilidad de uranio como materia prima básica. Segundo, la mayor parte del combustible nuclear empleado en las bombas proviene de los así llamados reactores "civiles" que también generan electricidad. Tercero, la minería del uranio es particularmente riesgosa. Solamente la extracción de arenas minerales se le aproxima en términos del grado de radiación al que pueden verse expuestos los mineros, las comunidades locales y las especies silvestres.

Durante la primera etapa de la "era del uranio" (aproximadamente 1940-1960), la minería de U3O8 (dióxido de uranio), el procesamiento para obtención de uranio enriquecido, su incorporación como combustible de reactor, y la consecuente "recuperación" de plutonio fue principalmente determinada, financiada y promovida por cuatro naciones "guerreras": Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. Fueron los verdaderos progenitores de las "armas de destrucción masiva"; la justificación de que la enorme liberación de calor provocada por la fisión atómica podría alimentar generadores eléctricos comerciales, fue establecida luego.

En los años cincuenta y sesenta abundaron los inmensamente dañinos bombardeos ("ensayos") nucleares en territorios indígenas del sudoeste de los Estados Unidos y en atolones del Pacífico Sur. Su legado cancerígeno continúa en la actualidad, y algunas comunidades continúan impedidas de retornar con seguridad a sus territorios tradicionales e irradiados.

Así como la Guerra Fría determinó la relación política entre las superpotencias, también primó la ilusión de que la defensa ante un ataque nuclear dependía de la construcción de mayor cantidad de armas con mayor poder de destrucción - justificada en el concepto moralmente retorcido de MAD (por sus siglas en inglés) "destrucción mutuamente asegurada". Para la época del primer tratado para limitar la proliferación, había ya suficientes armas nucleares acumuladas que - de haber sido todas detonadas - hubiesen exterminado la vida en el planeta.

Simultánemente, con esta carrera armamentista se desplegó un inevitable afán por controlar y explotar depósitos de uranio donde sea que éstos pudiesen ser hallados. Virtualmente todo país con algún antecedente mineralógico de importancia fue sujeto a exploración. El régimen soviético saqueó recursos tanto en Rusia (empleando mano de obra esclava de los "gulag") como en sus estados satélite. Los Estados Unidos involucraron a algunas de las mayores compañías mineras en una exploración nacional; Union Carbide fue el primer proveedor de uranio enriquecido para los militares.

El gobierno francés, mediante su agencia atómica estatal, la CEA, y la compañía francesa Cogema, explotó diversos depósitos en Francia, mientras desarrollaba proyectos mayores en Nigeria y Gabón. El gobierno de India inició la mina Jaduguda, en las tierras tribales Bihar (ahora Jharkhand), bajo la égida de la Uranium Company India Ltd (UCIL). En los años sesenta y setenta algunos países del tercer mundo - como Brasil desde 1981y Argentina desde 1962 - produjeron su propio yellowcake para programas nucleares. Otros lo obtuvieron de donde fuese. Por ejemplo Irán, bajo el régimen pro-norteamericano del sha, adquirió una participación en Rossing Uranium Ltd. de RTZ en Namibia. La corporación japonesa Marubeni compró dióxido de uranio directamente de Rossing, en flagrante violación del embargo gubernamental al comercio con Sudáfrica por motivo del apartheid.

De hecho RTZ (ahora Rio Tinto) prevaleció en la explotación de yellowcake para el mercado mundial hasta fines de los años ochenta. A comienzos de los sesenta, el presidente de RTZ, Sir Val Duncan, fue convocado (así lo relató más tarde) a la British Atomic Energy Commission y se le ordenó "perseverar, encontrar uranio y salvar a la civilización". En esa década la compañía ya estaba explotando sus minas Rum Jungle y Mary Kathleen en Australia (cuyo uranio se destinó a armas nucleares). Entre 1956 y 1959 sus minas de Elliot Lake en Ontario, Canadá, fueron las mayores proveedoras de yellowcake para las fuerzas militares de los Estados Unidos. A partir de 1976 la mina Rossing se convirtió en la principal productora mundial del mineral mortal, no obstante una resolución de las Naciones Unidas que expresamente prohibió la explotación de los recursos naturales del territorio. Cruzando la frontera, en la Sudáfrica del apartheid, el uranio también se obtenía como un subproducto en la mina de cobre Palabora. Entretanto el conglomerado anglo-australiano era contratado para aprovisionar de yellowcake a un conjunto de naciones -estados, incluyendo España, Alemania Occidental y los Estados Unidos, y proveía más de la mitad de las pretendidas necesidades del Reino Unido.

Pero en 1980 el reactor nuclear de Three Mile Island en la costa este de los Estados Unidos sufrió una fusión. Se trató del primer "accidente" nuclear globalmente reconocido. El gobierno de los Estados Unidos canceló todos sus nuevos reactores (aunque sus rivales, los franceses y japoneses se negaron a seguirlo). Poco después el desastre mucho más grave de Chernobyl en Ucrania pareció por fin imponer un sello condenatorio sobre la energía nuclear civil.

Para entonces el movimiento contra la proliferación de armas nucleares tomó el sesgo de una amplia coalición opuesta a todo poder nuclear. Si bien tardíamente, los activistas ambientales y pacifistas en las Américas, Europa, Japón y el sur de Asia reconocieron que la oposición a la minería del uranio sería clave para su buen éxito. Esto apenas hubiese sido posible si los pueblos indígenas por sí mismos no hubiesen puesto de relieve que - casi exclusivamente - fueron sus territorios los que resultaron saqueados, revueltos y radiados para poner en operación las mayores minas.

El abandono del capitalismo de estado en la Unión Soviética, al comienzo de los noventa, significó el fin oficial de la Guerra Fría. Se desactivaron armas (y parte del uranio fue "reciclado"); los denominados programas de reactores nucleares sufrieron postergaciones o cancelaciones en la mayor parte de los países que habían incluído a la energía nuclear en sus planes de provisión futura. El carbón y el gas parecieron haber cubierto el bache. Por cierto la minería del uranio no se paralizó globalmente (después de todo la materia prima sigue siendo requerida por cientos de reactores en funcionamiento). Sin embargo nada similar a la fiebre del yellowcake en las cuatro décadas anteriores parecía posible; una situación próxima al colapso en el mercado avalaba este pronóstico.

Así que ¿qué pasó en poco tiempo para que la situación volviese a cambiar de forma tan radical? Solamente durante el año pasado se propusieron nuevos proyectos uraníferos en los Estados Unidos, Australia e India, mientras que China intenta más que doblar su actual cantidad de reactores.

Irónicamente, el cambio puede atribuírse en parte a organizaciones e individuos que lideraron en el pasado la oposición a la nuclearización, y pasaron a hacer campañas igualmente intensas contra el calentamiento global como consecuencia del empleo de combustibles fósiles.

A lo largo de este camino se han ido dejando olvidadas e ignoradas algunas objeciones vitales y fundamentales a la energía nuclear.

En la primera contribución a esta recopilación especial Helen Caldicott nos recuerda estos argumentos básicos. A continuación abordamos brevemente los irresueltos (muchos dirían irresolubles) problemas vinculados con la disposición segura de colas de molienda, incluyendo aquellas derivadas de minas que tienen el uranio como subproducto; finalmente nos referiremos a la vasta herencia de residuos radiados de plantas que han consumido uranio para producir electricidad o para fabricar armas atómicas.

Todas estas consecuencias se verificarán nuevamente, a menos que los movimientos contra la industria nuclear resurjan ahora, y puedan alcanzar buen éxito. Sobre todo, necesitamos tener en cuenta que los parámetros de explotación - tanto en las minas como en los sitios de disposición - no han variado.

La nuclear es una industria que continúa dependiendo de la explotación de los territorios indígenas, y de las comunidades rurales más postergadas. Es tan inaceptable hoy, desde un punto de vista ambiental, social, económico y moral, como lo fue sesenta años atrás, cuando los mensajeros de la muerte sobrevolaron el Pacífico.

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